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SINDROME VIP

  • Foto del escritor: analavin1
    analavin1
  • 9 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 nov 2023



Hace unos días, acababa de tomar mi guardia (para el que no sabe es una guardia en un instituto de clínica médica, externa, a la que concurro hace cerca de un año, los viernes a la noche). No había alcanzado ni a acomodar mis cosas, cuando se acerca una mujer vestida de ambo (cabe aclarar que desde que iniciamos con la pandemia de covid-19 estamos con barbijos todo el día y muchas veces ni sabemos cual de nuestro compañero es el que nos está hablando, especialmente si es de otro servicio). Bueno, como dije, nunca supe quién era la mujer que me interpelaba.

Se acerca (a la distancia que esta permitida) y me pregunta con amabilidad a que hora tenía el alta su suegra (repito “acababa de entrar a mi guardia”) por lo cual me era imposible saber quién era su suegra, de hecho, no sabía quién era ella. Atento a que eran las 2130 horas me sorprendí. “Las altas se dan de día”, pensé. Pero no perdía nada con averiguar la identidad de la paciente. ¿Para qué? te preguntarás. Para poder verificar que podía comentarle sobre el tema a mi interlocutora. Me da el nombre de la paciente, hago memoria del pasaje de guardia, reviso la lista de pacientes nuevos que me habían dado, y la encontré.

La paciente había ingresado con un supuesto abdomen agudo (y digo supuesto, porque hasta que no tuviera todos los resultados de los estudios complementarios no podía decir que lo fuera o que no). Le expliqué (algo que supuse que ya sabía, dado que trabajaba en la institución). La salida la definiría su médico tratante (el de la suegra). A demás, le mencioné que debía pasar entre el sábado de mañana y el lunes. Dicho esto, la buena mujer dejó de serlo y empezó a gritar. En su discurso de tono elevado refería que su suegra había llegado solo por una infección urinaria (diagnostico que no estaba confirmado, aunque eso relataba la ofuscada señora que era trabajadora de la salud, pero no practicaba la medicina). Me taladró el cerebro diciendo que si no le daba el alta ya mismo se la pensaba llevar. Con toda mi santa paciencia (así decía mi papá) le vuelvo a explicar algo que se suponía que sabía, sin embargo, no oyó nada de lo que le estaba diciendo. Fue así, que luego de unos instantes dejo de gritar cual animal que están desmembrando.

Lo que le había estado tratando de decir, era que yo no podía tomar esa decisión porque no era ni el medico tratante, ni el médico cirujano, además, la suegra tenía pendiente varios estudios pactados para la mañana siguiente, a lo que respondió con más gritos. Como no encontró en mi alguien que cambiara de parecer, dio media vuelta y se fue.

Al día siguiente, recibí una llamada telefónica de una persona que coordina mi trabajo, para manifestarme su enojo. Me retó porque no había accedido a la solicitud de la bien “conocida” señora vociferante. (debo aclarar que jamás supe quien era y tampoco me interesa preguntar)

Mi pregunta a todo esto es: ¿desde cuando los pacientes, o los familiares de los pacientes hacen los diagnósticos, los pronósticos, y los eventuales tratamientos? Me pregunto y re pregunto a lo Cristina Yang (hermoso personaje de la serie Gray´s anatomy interpretado por Sandra Oh) ¿Cuándo se recibieron de médicos? Y también me resuena en la mente cuando dejamos de explicarles a nuestros pacientes el porqué de su internación, el porque de su tratamiento, el porque de todo lo que hacemos y para que lo hacemos. Esta señora fue ingresada y no sabía o no le explicaron que se iba a quedar. Tampoco le dijeron para qué. Y yo, una simple médica de guardia cuando quise hacerlo no pude porque ya el hecho estaba consumado.

Una vez, cuando era concurrente de clínica médica en un hospital del conurbano bonaerense una pediatra me dijo: “cuando vayas a realizar una practica con un niño y lo ves que llora y patalea porque está asustado, explícale todo lo que le vas a hacer y para que lo vas a hacer, él te entiende y te aseguro que dejará de llorar”. Yo me vuelvo a preguntar entonces, ¿no habría que hacer lo mismo con el adulto y con su familia? Me respondo a mi misma, creo que sí.

Se me ocurren infinidad de situaciones graves que le podrían ocurrir a una persona que se auto diagnostica, que se auto medica y que no acata lo que le están prescribiendo para su bienestar, deberíamos entablar una relación con ese paciente sin importar quien sea, para que estas cosas no ocurran.

A partir de mi anécdota (de más está decir que es de lo más verídica) surge el tema al que me quiero referir hoy: el SINDROME VIP.

¿Qué es esto? El “Síndrome VIP” (Very Important Person) fue descripto por primera vez como tal en 1964. Ocurre cuando una persona muy importante se interna en una institución de salud y su condición de famoso termina afectando las decisiones sobre su atención médica. Es relativamente común que este tema surja luego de complicaciones con personas muy reconocidas por la sociedad.

El síndrome puede manifestarse de distintas formas. A veces, para tratar de evitar dolor o contratiempos al paciente, los médicos modifican las prácticas habituales. Se realizan entonces menos estudios y procedimientos invasivos, pudiendo esta decisión llevar a errores y retrasos en el diagnóstico o el tratamiento. Otras, los médicos pueden querer estudiar al máximo cualquier minúscula anormalidad, sometiendo al paciente a estudios que no realizarían a otros. Estas prácticas a su vez pueden agregar nuevos riesgos.

Evidentemente en mi caso el hecho de ser alguien conocido, y ante el pedido de alta, los profesionales decidieron disminuir la cantidad de estudios y dejar a criterio del familiar (profesional de la salud pero no médico) las decisiones sobre esta paciente. Se cumplió la regla para este síndrome que ha estado “en boga” en estos días ante el alta apresurado del presidente de los Estados Unidos de Norte América tras su internación por presentar covid-19.

 
 
 

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